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Rock y política, el artista y su obra: aportación a un texto de Iván Allué (Andrés Carmona)

 

04/08/2021

Con ocasión del “caso Sherpa”, Iván Allué ha publicado el artículo “Mi rollo es el rock, no la política”. En el texto reflexiona sobre varios asuntos que transcienden el caso Sherpa en particular y van más allá. Por ejemplo, si hay que separar música y política. O sobre la relación entre el músico y su música, en general: sobre el artista y su obra. El asunto es complejo, y ramas de la filosofía como la Ética, la Estética o la Filosofía del Arte se han ocupado de él.

 

¿Puede o debe apreciarse la obra de un artista en sí misma y sin referencia al propio artista? ¿O el rechazo a vicios del artista debe conllevar la reprobación de la propia obra? Cuestiones como estas se han puesto de actualidad a raíz de lo que se conoce como wokismo y también de la llamada “cultura de la cancelación”.

 

En principio, me parece que hay que conceder que la obra de arte puede separarse del artista y tomarse como tal obra de arte independientemente de él. De hecho, por eso hablamos de clásicos, es decir, obras inmortales que transcienden totalmente su concreción histórica para tener significado mucho más allá de su autor, sus intenciones y su contexto. Obras que son capaces de darnos significados actuales pese a su origen hace incluso miles de años.

 

Otro motivo es que una obra arte, una vez publicada, es decir, mostrada al público, deja de ser del artista y pasa al dominio público. No en el sentido de propiedad o derechos de autor, sino en el de la interpretación. La obra cobra vida por sí misma y se re-crea en la re-interpretación que cada observador puede hacer de ella. Y aquí el autor ahora es un intérprete más, ni siquiera cualificado. De ahí que la obra pueda adquirir significados que el autor ni siquiera imaginó o incluso contrarios a los que él tuviera al hacer la obra.

 

Barón Rojo: “Hijos de Caín” (1985)

Un clásico del rock y el heavy metal en el que caben mil interpretaciones: ¿quiénes son los hijos de Caín?

 

Lo anterior no quita que sea importante conocer al autor y el contexto de la obra a la hora del estudio y el análisis de dicha obra pero, estéticamente, la obra como tal puede independizarse tanto del autor como del contexto para dar de sí muchos más significados o interpretaciones. Eso es lo que la hace obra de arte (objeto estético) y no solo documento histórico o antropológico (objeto de museo).

 

Claro que, para que ocurra lo dicho, la obra de arte debe ser tal y tener calidad suficiente para suscitar todo eso. Es decir, una obra muy pobre artísticamente, o con un significado muy explícito o muy concreto, difícilmente podrá dar mucho de sí ni separarse de su autor, de su intencionalidad o de su contexto. Eso es lo que hace que, por ejemplo, los textos jurídicos sean poco estéticos (literarios), puesto que no buscan la belleza sino, precisamente, acotar las interpretaciones.

 

Todo lo dicho es mucho más fácil cuando te encuentras ante una obra de arte sin saber nada de su autor. Creo que es a lo que se refiere Iván Allué cuando dice que, antes de las redes sociales, era difícil conocer mucho más que anécdotas de los músicos, y por eso disfrutábamos de su música pura. A lo que yo añadiría que, además, tampoco la entendíamos porque mucha estaba en inglés, luego se verá por qué digo esto.

 

Pero ¿qué pasa cuando descubrimos que el autor de una canción que nos gusta es alguien repudiable en algún sentido? Puede que sea un fantoche, un arrogante, un vanidoso, un pederasta o un nazi. De entrada, que se despierta cierta reminiscencia del pensamiento mágico que aún nos queda de nuestros ancestros (la magia por contagio) y nos da grima incluso tocar sus discos. Algo así me pasaba de jovencillo con Slayer. Se decía entonces que eran nazis y eso me agobiaba porque me gustaban bastante. Después leí que ellos lo negaban y que sí reconocían interés por la Segunda Guerra Mundial y el nazismo, pero no adhesión política (creo que a Lemmy Kilmister le pasaba igual).

 

Slayer: “Angel of Death” (1986)

Canción inspirada en Josef Mengele, el nazi que hacía experimentos con humanos en los campos de exterminio

 

El problema es grave porque, si repasamos la historia del arte y las biografías de los grandes artistas, parece haber una correlación entre genialidad y locura. Muchos grandes artistas (pero no solo artistas sino también científicos o deportistas) en su vida privada eran personas bastante detestables. Desde gente desagradable que simplemente prefieres no tener muy cerca, a auténticos monstruos, pasando por otros extravagantes. En muchos casos, su propia familia no los soportaba. Y hay quien apunta a que de no ser así no podrían haber hecho las genialidades que hicieron: la gente digamos, normal, solo llega a hacer cosas normales, pero para hacer genialidades hace falta no estar muy cuerdo. De hecho, es conocido el recurso a las drogas para lograr experiencias y estados de ánimo propicios para la creación artística (otra cosa es que sean muy efectivos).

 

Black Sabbath: “Paranoid” (1970)

Hay multitud de temas heavies sobre la locura: baste este otro clásico como muestra

 

Si de la historia del arte, de la música, de la literatura, del cine, de la filosofía, de la ciencia, etc., nos ponemos a borrar (cancelar) a todos aquellos que, por una u otra razón hicieron algo reprobable, puede que nos carguemos si no toda, sí que buena parte de toda esa historia y esas artes. Por poner dos ejemplos de la filosofía: en 1980, Althusser asesinó a su esposa Hélène, y mucho más recientemente se ha acusado a Foucault de pederastia.

 

Así que, en una primera aproximación, sí que se puede apreciar y disfrutar el arte independientemente de su autor y sus vicios. Pero hay que añadir algunos matices que son importantes.

 

Uno, distinguir vicios privados de vicios públicos, y aquí me remito a la teoría ética de Hume. Es decir, una cosa es que alguien haga algo reprobable según cierto punto de vista particular, y otra cosa es que haga algo moralmente censurable desde una perspectiva pública. El ejemplo que pone Iván Allué de David Ellefson, expulsado por Dave Mustaine de Megadeth por flirtear con una mujer estando casado, es del tipo de vicio privado. En realidad lo hizo porque se pensaba que ella era menor de edad, pero luego se demostró que no. El caso daría para otro texto centrado en la "cultura de la cancelación" y sobre el "exhibicionismo moral" actual que lleva a juicios sumarios que condenan sin pruebas ni posibilidad de defensa, sobre todo en redes sociales. Mustaine incluso llegó a borrar las pistas grabadas por Ellefson para su próximo disco. Por ahora remitimos a este otro texto inspirado en la película En el nombre del padre (1993).

Pero volviendo a lo que estábamos, una cosa es un vicio privado y otra matar a tu vecino o instar al odio hacia otros por su color de piel, etnia u orientación sexual, que son vicios públicos que merecen el reproche común. La diferencia es que el juicio moral a Ellefson depende de la ética privada de cada cual según sus propios valores, pero los vicios públicos se definen por la ética pública derivada de los Derechos Humanos.

 

Megadeth: “Tornado of Souls” (1990)

Canción escrita por Mustaine y Ellefson.

 

Dos: una cosa es tener vicios puntuales, y otra cosa es que esos vicios sean sistemáticos. No es lo mismo un comentario desafortunado o incluso una acción grave pero aislada, que insistir y repetir lo mismo una y otra vez. Nadie debería ser juzgado únicamente en base a una única acción puntual o “pecados de juventud”. Mucho menos si ya ha pasado el tiempo, si la persona ya pagó su condena, y sobre todo si mostró arrepentimiento. Es el caso del compositor Keigo Oyamada “Cornelius”, que ha tenido que dimitir de sus cargos en los Juegos Olímpicos tras reconocer que hace más de 20 años acosó a niños discapacitados.

 

Tres: tampoco es cuestión de caer en anacronismos ni juzgar a nadie con leyes que no estaban vigentes en su momento. Ni siquiera con “leyes” morales. El filósofo Peter Singer nos habla de cómo el círculo moral ha ido creciendo a lo largo de la historia. Es decir, el conjunto de seres hacia quienes sentimos que tenemos deberes morales (de respeto, no hacer daño, etc.). Ese círculo ha ido creciendo desde un radio muy estrecho que solo alcanzaba a la propia familia y poco más, hacia la tribu, la nación, la raza, la humanidad (humanismo) e incluso hacia otros animales no humanos (animalismo). Los criterios morales de una época no pueden utilizarse para juzgar a gentes de otras épocas que ni se imaginaban esos criterios. Distinto es cuando en un momento dado sí que hay cierta conciencia moral común y alguien se empeña en ser inmoral. Por ejemplo, si en pleno siglo XXI alguien considera que hay que matar, expulsar o discriminar a otro ser humano solo por su color de piel, sexo u orientación sexual. Desde que en 1948 se redactó la Declaración Universal de Derechos Humanos (DUDH) cualquier conducta contraria a ese mínimo común moral de la humanidad es reprobable como vicio público.

 

Es en ese sentido que el Rock contra el Fascismo sí tiene sentido, como decíamos en otro sitio. Se puede separar música y política en tanto que la música no tiene porqué identificarse necesariamente con tal o cual partido o ideología política, excepto con el antifascismo. Eso es así porque, como explicábamos en ese otro texto, los Derechos Humanos son la negación del fascismo y el fascismo la negación de los Derechos Humanos. Y sin derechos humanos no habría rock ni habría prácticamente nada que mereciera la pena. Condescender con el fascismo es renunciar a los propios derechos humanos, pegarse un tiro en el pie.

 

Para acabar, un último apunte más al texto de Iván Allué. El apunte es que existe el rock fascista: el RAC (Rock Against Communism). Musicalmente (abstrayendo las letras) pueden ser indistinguibles de otros grupos heavies, thrash o punks. Podrán ser más o menos buenos o malos (más malos que buenos, aunque esto es subjetivo), pero muy parecidos. Sin embargo, el RAC siempre ha ido paralelo al heavy metal, sin mezclarse. Si repasamos las revistas de rock especializadas (comerciales o underground, actuales o antiguas) casi no hay mención alguna a esos grupos. En las salas de conciertos habituales de rock o en los festivales no suelen tocar. Es como si todo el rock que no fuera RAC no quisiera saber nada de ellos desde siempre. Salvo que seamos conspiranoicos y pensemos que todo el rock está controlado por comunistas (ya quisieran los comunistas, supongo), la verdad es que quien conozca este mundillo sabe que aquí hay de todo políticamente hablando, y sobre todo apolíticos, pero sí parece haber por lo menos dos límites, aunque sean tácitos.

 

Uno es el antifascismo como defensa de los derechos humanos. Cuando un grupo es claramente fascista hay algo que te echa para atrás. Ese algo es la conciencia de los derechos humanos y para tenerla no hace falta ser un comunista come-curas.

 

El otro límite es el rock: el rock fascista tiene mucho más de fascista que de rock. Ahí el rock es un instrumento o medio al servicio de un fin mayor: el fascismo. Y eso le resta autenticidad a ese rock y calidad artística. Su mensaje y su intencionalidad son tan claras que dejan muy poco a la re-interpretación que decíamos al principio. Por eso decía también que es importante el idioma: si oyes a Slayer y no sabes mucho inglés, es fácil abstraerte de lo que dice y centrarte solo en la música (que, además, es buena, para mi gusto). Pero si oyes RAC en español es imposible no estar entendiendo el mensaje de odio y contra los derechos humanos que estás escuchando (además de que tampoco la música es de las mejores).

 

El rock es un sentimiento que se comparte en la comunidad de quienes sienten lo mismo. Y cuando alguien hace de esa música otra cosa (mera propaganda política) hay algo que también echa para atrás y deja fuera de la comunidad rockera a quien hace eso. Tal vez ahí esté la clave de las reticencias mutuas entre heavies y punks: los primeros son demasiado apolíticos para los segundos y los segundos demasiado políticos para los primeros. No obstante, ambos tienen algo en común: su rechazo al fascismo.

 

Napalm Death: “Nazi Punks Fuck Off” (1993)

Versión thrash del tema punk de los Dead Kennedys

 

El rechazo punk al fascismo es explícito por el antagonismo entre su ideología anarquista y la nazi. En el heavy metal es más implícito por su apoliticismo o mayor diversidad interna; es más bien ignorarlo completamente, no dedicarle ni el insulto: puede que no haya mayor desprecio que ese.

 

Muchas gracias a Iván Allué por la inspiración.

 

Enlaces relacionados:

Mi rollo es el rock, no la política (Iván Allué)

Rock contra el fascismo: ¿era necesario? (Andrés Carmona)

Barón Rojo, Sherpa y los hijos de Caín: Filosofía y heavy metal (Andrés Carmona)

 

Andrés Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y Antropología Social y Cultural. Profesor de Filosofía en un Instituto de Enseñanza Secundaria. Coautor del libro Profesor de Secundaria, y colaborador en la obra colectiva Elogio del Cientificismo junto a Mario Bunge et alAutor del libro Filosofia y Heavy Metal (Ed. Laetoli, 2021).




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