04/08/2021
Con ocasión
del “caso Sherpa”, Iván Allué ha publicado el artículo “Mi rollo es el rock, no la política”. En el texto reflexiona sobre varios
asuntos que transcienden el caso Sherpa en particular y van más allá. Por
ejemplo, si hay que separar música y política. O sobre la relación entre el
músico y su música, en general: sobre el artista y su obra. El asunto es
complejo, y ramas de la filosofía como la Ética, la Estética o la Filosofía del
Arte se han ocupado de él.
¿Puede o debe
apreciarse la obra de un artista en sí misma y sin referencia al propio
artista? ¿O el rechazo a vicios del artista debe conllevar la reprobación de la
propia obra? Cuestiones como estas se han puesto de actualidad a raíz de lo que
se conoce como wokismo y también de la llamada “cultura de la cancelación”.
En principio,
me parece que hay que conceder que la obra de arte puede separarse del artista
y tomarse como tal obra de arte independientemente de él. De hecho, por eso
hablamos de clásicos, es decir, obras inmortales que transcienden totalmente su
concreción histórica para tener significado mucho más allá de su autor, sus
intenciones y su contexto. Obras que son capaces de darnos significados
actuales pese a su origen hace incluso miles de años.
Otro motivo
es que una obra arte, una vez publicada, es decir, mostrada al público, deja de
ser del artista y pasa al dominio público. No en el sentido de propiedad o
derechos de autor, sino en el de la interpretación. La obra cobra vida por sí
misma y se re-crea en la re-interpretación que cada observador puede hacer de
ella. Y aquí el autor ahora es un intérprete más, ni siquiera cualificado. De
ahí que la obra pueda adquirir significados que el autor ni siquiera imaginó o
incluso contrarios a los que él tuviera al hacer la obra.
Barón Rojo: “Hijos de Caín” (1985)
Un clásico del rock y el heavy metal en el que caben mil interpretaciones: ¿quiénes son los hijos de Caín?
Lo anterior
no quita que sea importante conocer al autor y el contexto de la obra a la hora
del estudio y el análisis de dicha
obra pero, estéticamente, la obra
como tal puede independizarse tanto del autor como del contexto para dar de sí
muchos más significados o interpretaciones. Eso es lo que la hace obra de arte
(objeto estético) y no solo documento histórico o antropológico (objeto de
museo).
Claro que,
para que ocurra lo dicho, la obra de arte debe ser tal y tener calidad
suficiente para suscitar todo eso. Es decir, una obra muy pobre artísticamente,
o con un significado muy explícito o muy concreto, difícilmente podrá dar mucho
de sí ni separarse de su autor, de su intencionalidad o de su contexto. Eso es
lo que hace que, por ejemplo, los textos jurídicos sean poco estéticos
(literarios), puesto que no buscan la belleza sino, precisamente, acotar las
interpretaciones.
Todo lo dicho
es mucho más fácil cuando te encuentras ante una obra de arte sin saber nada de
su autor. Creo que es a lo que se refiere Iván Allué cuando dice que, antes de
las redes sociales, era difícil conocer mucho más que anécdotas de los músicos,
y por eso disfrutábamos de su música pura. A lo que yo añadiría que, además,
tampoco la entendíamos porque mucha estaba en inglés, luego se verá por qué
digo esto.
Pero ¿qué
pasa cuando descubrimos que el autor de una canción que nos gusta es alguien
repudiable en algún sentido? Puede que sea un fantoche, un arrogante, un
vanidoso, un pederasta o un nazi. De entrada, que se despierta cierta
reminiscencia del pensamiento mágico que aún nos queda de nuestros ancestros
(la magia por contagio) y nos da grima incluso tocar sus discos. Algo así me
pasaba de jovencillo con Slayer. Se decía entonces que eran nazis y eso me
agobiaba porque me gustaban bastante. Después leí que ellos lo negaban y que sí
reconocían interés por la Segunda Guerra Mundial y el nazismo, pero no adhesión
política (creo que a Lemmy Kilmister le pasaba igual).
Slayer: “Angel of Death” (1986)
Canción inspirada en Josef Mengele, el nazi que hacía experimentos con humanos en los campos de exterminio
El problema
es grave porque, si repasamos la historia del arte y las biografías de los
grandes artistas, parece haber una correlación entre genialidad y locura. Muchos grandes artistas (pero no solo
artistas sino también científicos o deportistas) en su vida privada eran
personas bastante detestables. Desde gente desagradable que simplemente
prefieres no tener muy cerca, a auténticos monstruos, pasando por otros
extravagantes. En muchos casos, su propia familia no los soportaba. Y hay quien
apunta a que de no ser así no podrían haber hecho las genialidades que
hicieron: la gente digamos, normal, solo llega a hacer cosas normales, pero para hacer genialidades
hace falta no estar muy cuerdo. De hecho, es conocido el recurso a las drogas
para lograr experiencias y estados de ánimo propicios para la creación
artística (otra cosa es que sean muy efectivos).
Black Sabbath: “Paranoid” (1970)
Hay multitud de temas heavies sobre la locura: baste este otro clásico como muestra
Si de la
historia del arte, de la música, de la literatura, del cine, de la filosofía,
de la ciencia, etc., nos ponemos a borrar (cancelar) a todos aquellos que, por
una u otra razón hicieron algo reprobable, puede que nos carguemos si no toda,
sí que buena parte de toda esa historia y esas artes. Por poner dos ejemplos de
la filosofía: en 1980, Althusser asesinó a su esposa Hélène, y mucho más
recientemente se ha acusado a Foucault de pederastia.
Así que, en
una primera aproximación, sí que se puede apreciar y disfrutar el arte
independientemente de su autor y sus vicios. Pero hay que añadir algunos
matices que son importantes.
Uno, distinguir vicios privados de vicios públicos, y aquí me remito a la teoría ética de Hume. Es decir, una cosa es que alguien haga algo reprobable según cierto punto de vista particular, y otra cosa es que haga algo moralmente censurable desde una perspectiva pública. El ejemplo que pone Iván Allué de David Ellefson, expulsado por Dave Mustaine de Megadeth por flirtear con una mujer estando casado, es del tipo de vicio privado. En realidad lo hizo porque se pensaba que ella era menor de edad, pero luego se demostró que no. El caso daría para otro texto centrado en la "cultura de la cancelación" y sobre el "exhibicionismo moral" actual que lleva a juicios sumarios que condenan sin pruebas ni posibilidad de defensa, sobre todo en redes sociales. Mustaine incluso llegó a borrar las pistas grabadas por Ellefson para su próximo disco. Por ahora remitimos a este otro texto inspirado en la película En el nombre del padre (1993).
Pero volviendo a lo que estábamos, una cosa es un vicio privado y otra matar a tu vecino o instar
al odio hacia otros por su color de piel, etnia u orientación sexual, que son vicios
públicos que merecen el reproche común. La diferencia es que el juicio moral a
Ellefson depende de la ética privada de cada cual según sus propios valores,
pero los vicios públicos se definen por la ética pública derivada de los
Derechos Humanos.
Megadeth: “Tornado of Souls” (1990)
Canción escrita por Mustaine y Ellefson.
Dos: una cosa
es tener vicios puntuales, y otra cosa es que esos vicios sean sistemáticos. No
es lo mismo un comentario desafortunado o incluso una acción grave pero
aislada, que insistir y repetir lo mismo una y otra vez. Nadie debería ser
juzgado únicamente en base a una única acción puntual o “pecados de juventud”.
Mucho menos si ya ha pasado el tiempo, si la persona ya pagó su condena, y
sobre todo si mostró arrepentimiento. Es el caso del compositor Keigo Oyamada “Cornelius”, que ha tenido que dimitir de sus cargos
en los Juegos Olímpicos tras reconocer que hace más de 20 años acosó a niños
discapacitados.
Tres: tampoco
es cuestión de caer en anacronismos ni juzgar a nadie con leyes que no estaban
vigentes en su momento. Ni siquiera con “leyes” morales. El filósofo Peter
Singer nos habla de cómo el círculo moral ha ido creciendo a lo largo de la
historia. Es decir, el conjunto de seres hacia quienes sentimos que tenemos
deberes morales (de respeto, no hacer daño, etc.). Ese círculo ha ido creciendo
desde un radio muy estrecho que solo alcanzaba a la propia familia y poco más,
hacia la tribu, la nación, la raza, la humanidad (humanismo) e incluso hacia
otros animales no humanos (animalismo). Los criterios morales de una época no
pueden utilizarse para juzgar a gentes de otras épocas que ni se imaginaban
esos criterios. Distinto es cuando en un momento dado sí que hay cierta
conciencia moral común y alguien se empeña en ser inmoral. Por ejemplo, si en
pleno siglo XXI alguien considera que hay que matar, expulsar o discriminar a
otro ser humano solo por su color de piel, sexo u orientación sexual. Desde que
en 1948 se redactó la Declaración Universal de Derechos Humanos (DUDH)
cualquier conducta contraria a ese mínimo común moral de la humanidad es
reprobable como vicio público.
Es en ese
sentido que el Rock contra el Fascismo sí tiene sentido, como decíamos en otro sitio. Se puede
separar música y política en tanto que la música no tiene porqué identificarse
necesariamente con tal o cual partido o ideología política, excepto con el
antifascismo. Eso es así porque, como explicábamos en ese otro texto, los Derechos Humanos son la negación del
fascismo y el fascismo la negación de los Derechos Humanos. Y sin derechos
humanos no habría rock ni habría prácticamente nada que mereciera la pena.
Condescender con el fascismo es renunciar a los propios derechos humanos,
pegarse un tiro en el pie.
Para acabar,
un último apunte más al texto de Iván Allué. El apunte es que existe el rock
fascista: el RAC (Rock Against Communism).
Musicalmente (abstrayendo las letras) pueden ser indistinguibles de otros
grupos heavies, thrash o punks. Podrán ser más o menos buenos o malos (más
malos que buenos, aunque esto es subjetivo), pero muy parecidos. Sin embargo,
el RAC siempre ha ido paralelo al heavy metal, sin mezclarse. Si repasamos las
revistas de rock especializadas (comerciales o underground, actuales o antiguas) casi no hay mención alguna a esos
grupos. En las salas de conciertos habituales de rock o en los festivales no
suelen tocar. Es como si todo el rock que no fuera RAC no quisiera saber nada
de ellos desde siempre. Salvo que seamos conspiranoicos y pensemos que todo el
rock está controlado por comunistas (ya quisieran los comunistas, supongo), la
verdad es que quien conozca este mundillo sabe que aquí hay de todo
políticamente hablando, y sobre todo apolíticos, pero sí parece haber por lo
menos dos límites, aunque sean tácitos.
Uno es el
antifascismo como defensa de los derechos humanos. Cuando un grupo es
claramente fascista hay algo que te echa para atrás. Ese algo es la conciencia
de los derechos humanos y para tenerla no hace falta ser un comunista
come-curas.
El otro
límite es el rock: el rock fascista tiene mucho más de fascista que de rock.
Ahí el rock es un instrumento o medio al servicio de un fin mayor: el fascismo.
Y eso le resta autenticidad a ese rock y calidad artística. Su mensaje y su
intencionalidad son tan claras que dejan muy poco a la re-interpretación que
decíamos al principio. Por eso decía también que es importante el idioma: si
oyes a Slayer y no sabes mucho inglés, es fácil abstraerte de lo que dice y
centrarte solo en la música (que, además, es buena, para mi gusto). Pero si
oyes RAC en español es imposible no estar entendiendo el mensaje de odio y
contra los derechos humanos que estás escuchando (además de que tampoco la
música es de las mejores).
El rock es un
sentimiento que se comparte en la comunidad de quienes sienten lo mismo. Y
cuando alguien hace de esa música otra cosa (mera propaganda política) hay algo
que también echa para atrás y deja fuera de la comunidad rockera a quien hace
eso. Tal vez ahí esté la clave de las reticencias mutuas entre heavies y punks:
los primeros son demasiado apolíticos para los segundos y los segundos
demasiado políticos para los primeros. No obstante, ambos tienen algo en común:
su rechazo al fascismo.
Napalm Death: “Nazi Punks Fuck Off” (1993)
Versión thrash del tema punk de los Dead Kennedys
El rechazo punk
al fascismo es explícito por el antagonismo entre su ideología anarquista y la
nazi. En el heavy metal es más implícito por su apoliticismo o mayor diversidad
interna; es más bien ignorarlo completamente, no dedicarle ni el insulto: puede
que no haya mayor desprecio que ese.
Muchas
gracias a Iván Allué por la
inspiración.
Enlaces relacionados:
Mi rollo es el rock,
no la política (Iván Allué)
Rock
contra el fascismo: ¿era necesario? (Andrés Carmona)
Barón
Rojo, Sherpa y los hijos de Caín: Filosofía y heavy metal (Andrés Carmona)
Andrés Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y Antropología Social
y Cultural. Profesor de Filosofía en un Instituto de Enseñanza Secundaria.
Coautor del libro Profesor de Secundaria, y colaborador en la obra colectiva Elogio del Cientificismo junto a Mario Bunge et al. Autor del libro Filosofia y Heavy Metal
(Ed. Laetoli, 2021).
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