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Rock, fascismo y genio maligno: ¿Y si no hubo Holocausto? (Andrés Carmona)

 

Playlist del artículo para que puedas oírlo mientras lees: enlace.

La semana pasada hablábamos de rock y fascismo y de la necesidad del  Rock Contra el Fascismo, la asociación impulsada por Óscar Sancho (Lujuria), Fernando Madina (Reincidentes) y Mariano Muniesa, entre otros muchos.

 

En el libro Filosofía y Heavy Metal también hemos profundizado en esa relación entre el rock y el fascismo. Tanto en el artículo como en el libro hemos intentado explicar y caracterizar al fascismo y lo hemos definido como el “mal absoluto”.

 

El fascismo es el mal absoluto. Es un régimen de terror tal que cualquier otro siempre será menos atroz en comparación. Ningún Estado anterior había generado tanto horror en tan poco tiempo, ni habría podido hacerlo en la misma magnitud que hubiera logrado el nazismo de consumarse su Solución Final (…) Los nazis habían secuestrado, torturado, esclavizado y asesinado a millones de personas, de forma sistemática e industrial, solo por su origen étnico, su color de piel, su orientación sexual, su discapacidad o sus ideas políticas. Judíos, gitanos, homosexuales, discapacitados, comunistas, anarquistas y demócratas habían sido secuestrados, y conducidos en trenes como ganado, para trabajar como esclavos y acabar en cámaras de gas. Todo eso en pleno siglo XX y con toda la maquinaria del Estado y la tecnología para conseguirlo. Si los nazis no pierden la guerra y los genocidios se hubieran consumado, millones de personas hubieran “desaparecido” literal y “misteriosamente” puesto que la Solución Final lo que buscaba era eso: borrar a los “subhumanos” de la faz de la tierra para siempre y sin dejar ningún rastro.

Esta experiencia traumática para la humanidad llevó a la reflexión de que algo así nunca jamás debía volver a repetirse. Por eso inmediatamente después comienza a redactarse la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH) que se aprueba en 1948. La DUDH es una declaración antifascista punto por punto. Cada uno de sus artículos tiene como subtexto alguna barbaridad de los nazis y su objetivo es impedir su repetición. (…)

Dada la ecuación “DDHH = Antifascismo” no queda más remedio que optar. Si hay Derechos Humanos es porque no hay fascismo, y si hay fascismo es que no hay Derechos Humanos. Aquí se aplica otra noción filosófica, el tertium non datur: no hay tercera opción (aquí no hay falsa disyuntiva). Por lo dicho antes: el fascismo no es una opción política más sino la negación de la condición de posibilidad misma de que haya opciones políticas, esto es, la negación de los Derechos Humanos.

 

Después de leído el texto me surge una reflexión. Parece que todo está jugado a una sola carta: la Solución Final. El nazismo es el mal absoluto porque intentó llevar a cabo el exterminio de millones de seres humanos a través del genocidio de judíos (Holocausto, Shoá), gitanos (Porraimos), homosexuales, y todos aquellos a quienes consideraba subhumanos de acuerdo a sus teorías racistas y supremacistas arias. Además de a todos sus enemigos políticos: comunistas, anarquistas, etc. Para hacerlo organizó todo un sistema “industrial” de secuestro y traslado de millones de personas a campos de exterminio donde eran torturados, esclavizados y asesinados en cámaras de gas.

 

La Declaración Universal de Derechos Humanos (DUDH) se redactó sobre la base de las atrocidades nazis. Cada uno de sus derechos prohíbe o impide algo que los nazis hicieron para evitar que pueda volver a ocurrir. Un Estado que respetara los Derechos Humanos (DDHH) no podría ni comenzar una Solución Final porque no podría secuestrar, esclavizar, matar, etc., a ninguna persona. La DUDH no es un “cordón sanitario” contra el fascismo: son 30 cordones sanitarios, uno por cada uno de los 30 artículos de la DUDH.

 

Pero aquí puede aparecer una especie de “genio maligno” como el de Descartes y plantear su maléfica duda: ¿y si no hubo Solución Final? ¿Y si los nazis nunca se hubieran planteado algo así?

 

Esa es precisamente la hipótesis de una pseudociencia que los historiadores de verdad denominan “revisionismo” y “negacionismo”. Una especie de terraplanismo pero aplicado al estudio del nazismo. Esta pseudociencia pretende revisar (de ahí su nombre) el consenso científico en Historia acerca del nazismo negando (de aquí el otro nombre) uno de sus puntos más fuertes: la Solución Final.

 


 

En lo que sigue, vamos a centrarnos sobre todo en los judíos y el Holocausto, sin olvidar a todas las demás víctimas del nazismo.

 

Para los revisionistas, los nazis nunca tuvieron la intención de exterminar a todos los judíos. En su revisión y reinterpretación de la historia, los nazis tan solo querían deportarlos fuera de Alemania. Era su peculiar forma de dar una solución definitiva (de ahí lo de “solución final”) a la llamada “cuestión judía”: ¿qué hacer con los judíos diseminados por los diferentes países de Europa? Al establecerse los Estados nacionales y con ellos los derechos de ciudadanía, surge el problema de qué hacer con los judíos. Los ciudadanos de cada Estado tienen derechos a cambio de su lealtad al país, pero los judíos son más leales entre ellos que con el país que les acoge, de ahí que sean los sospechosos habituales de traición. Por ejemplo: si Francia entra en guerra con Inglaterra, y los judíos tienen intereses en Inglaterra, los judíos de Francia colaborarían con los ingleses y serían el “enemigo en casa”. De ahí el antisemitismo: la discriminación y persecución hacia los judíos. Durante siglos, los judíos fueron perseguidos o expulsados, o tolerados pero bajo un trato “especial” (discriminatorio) con leyes que les prohibían comprar tierras o el acceso a determinados empleos (como el funcionariado) que les pudieran dar cierto poder.

 

Una “solución” era el “asimilacionismo”: que los judíos dejaran de ser judíos y adoptaran la cultura mayoritaria del país de acogida (que se “integraran”). Por cultura se entendía entonces religión, lo que suponía en Europa la conversión de los judíos al cristianismo y que dejaran de lado sus costumbres, ritos y religión propiamente judías. Por ejemplo: que comieran cerdo en vez de abominarlo, que celebraran la navidad en vez del Yom Pikur, o que fueran a misa en vez de a la sinagoga. Muchos judíos se asimilaron de ese modo: Marx y Freud fueron judíos asimilados (descendientes de judíos pero que no seguían sus costumbres e incluso muy críticos con ellas, y también con las cristianas, dicho sea de paso). Pero muchos otros se negaban. Nótese, de paso, la similitud con lo que podríamos llamar la “cuestión gitana”: ese pueblo también disperso, errante y vagabundo, de “vagos y maleantes” y tan reacio a “integrarse” (cuyo genocidio por parte de los nazis se conoce como Porraimos).

 

Otras “soluciones” hacia los judíos eran la exclusión, la segregación, el gueto o los pogromos. Algunos judíos (los sionistas) habían pensado también la suya propia, influidos por el nacionalismo de la época: instalarse en un territorio y crear un Estado propio donde pudieran vivir como judíos dentro de sus fronteras y dejar de ser traidores potenciales y siempre perseguidos en acto. Pensaron en varios emplazamientos para finalmente decidirse por Palestina (su mítica tierra prometida). Allí fueron realizando sucesivas oleadas (aliot), comprando tierras y creando los cimientos de un futuro Estado. Hay que indicar que, al principio, estos judíos nacionalistas eran más seculares que religiosos, incluso socialistas, y son los creadores de las comunas llamadas kibutz.

 


 

Mientras eso ocurría lentamente, tiene lugar la Segunda Guerra Mundial (SGM) y todo se acelera. Para los historiadores, los nazis quisieron cortar por lo sano la “cuestión judía” con su propia solución, la Solución Final: exterminarlos a todos en el mayor genocidio de la historia (el Holocausto o Shoá). Para los revisionistas no fue así: los nazis solo quisieron expulsarlos definitivamente de Alemania deportándolos fuera de sus fronteras, casi que facilitándoles (o forzándoles) a su propia solución del Estado judío. Los historiadores contabilizan el Holocausto en unos 6 millones de víctimas, los revisionistas las reducen a cientos de miles. Los historiadores hablan de una matanza planificada y sistemática, los revisionistas de muertes debidas a las pésimas condiciones de una deportación así en tiempos de guerra y sin suministros: falta de alimentos, infecciones y otras enfermedades, e incluso reconocen algunas ejecuciones. Los historiadores mencionan campos de exterminio intencionalmente diseñados para el asesinato en masa, los revisionistas de campos de concentración temporales para la deportación y para sus prisioneros y enemigos.

 

Sea como sea, Alemania pierde la SGM (en 1945) e inmediatamente después, en 1947, se proclama el Estado de Israel en Palestina. Es de señalar que ese Estado no se concebía entonces como un Estado judío sino como un Estado moderno, laico, donde los judíos pudieran vivir seguros pero sin estar vinculado a la religión judía. Ese mismo año acababa el protectorado británico sobre la zona con la condición, establecida un año antes en la ONU, de que tras el dominio británico habría allí dos Estados: uno judío y otro palestino, cada uno con sus fronteras bien definidas. Los propios judíos sionistas habían acelerado todo el proceso justificándolo en el Holocausto. Los judíos no podían soportar más persecuciones y la de los nazis era la última: sin un Estado como refugio estaban expuestos a la desaparición literal tal y como los nazis acaban de intentarlo.

 

Los negacionistas niegan (como indica su nombre) el propio Holocausto a favor de las tesis revisionistas de la deportación masiva. Acusan a los judíos de inflar exageradamente la cantidad de víctimas y de inventar la “Solución Final”. Sería una excusa para justificar la creación inminente del Estado de Israel y financiarlo a costa de las indemnizaciones alemanas a los judíos que serían desproporcionadas por estar abultadas las cifras de muertos.



 

El caso es que, nada más instaurarse el Estado de Israel, las relaciones con sus vecinos palestinos y árabes fueron tensas y sangrientas. Los árabes no aceptaban la mera existencia del nuevo Estado y, por su lado, Israel no respetó desde el principio las fronteras establecidas por la ONU y fue ampliando su territorio a costa de Palestina. Desde entonces, Israel ha ocupado las zonas más ricas y ha ido desplazando a los palestinos a las más pobres, relegándolos a ciudadanos de segunda e impidiendo la creación de un Estado palestino como tal. Además, el Estado de Israel se ha ido configurando progresivamente más como un Estado judío que como el Estado laico que se creó al principio, lo que ha llevado a políticas identitarias rayanas en el racismo e incluso en el supremacismo y claramente discriminatorias hacia los no-judíos (especialmente palestinos). No en vano se ha señalado que el Estado de Israel viene a repetir con el pueblo palestino políticas muy parecidas a las de los nazis con los judíos previas al Holocausto.



 

Como Descartes con su hipótesis del genio maligno, vamos aquí a suponer que el revisionismo tuviera razón. Hay que hacer un gran esfuerzo de imaginación para suponerlo, pero vamos a ello. En principio no tengo nada en contra de revisar el Holocausto o lo que sea, siempre que se haga desde criterios científicos y rigurosos y no con las conclusiones preestablecidas. Como tampoco tengo nada en contra de revisar otras teorías científicas desde hipótesis terraplanistas, de la Tierra Hueca o creacionistas (el problema de esas hipótesis, como las del revisionismo y el negacionismo, es que no cumplen estas condiciones de cientificidad).

 

Si no hubo Holocausto: ¿tendría sentido el antifascismo? La respuesta es que sí. Aun aceptando que los nazis no hubieran planificado una Solución Final, el régimen nazi sigue siendo aborrecible. Aunque solo aceptemos lo que los revisionistas admiten, sigue siendo algo atroz. Si en vez de 6 millones fueran 600 000 víctimas ¡siguen siendo muchas! Como si fueran 60 000. Una deportación masiva de hombres, mujeres, niños, ancianos… solo por su origen étnico ya es repudiable de por sí.

 

El nazismo es horrible por su propia esencia, independientemente de que llevara a cabo un Holocausto o no. El nazismo se concibe a sí mismo como una cosmovisión basada en el racismo (otra pseudociencia) que vincula razas con culturas y territorios y exige pureza racial, propugnando la discriminación, la segregación y la exclusión racial. Pretende “mejorar” la raza eliminando lo que considera perversiones o deficiencias suyas (achacadas al mestizaje) y que derivan en discapacidades, afeminamiento y homosexualidad. Y concibe la política de un modo biologicista, orgánico y comunitario donde no hay lugar para los derechos individuales, la libertad de conciencia ni la disidencia interna, sino donde cada miembro del conjunto debe cumplir su misión propia dentro del mismo y la bajo la dirección dictatorial del líder supremo. En este contexto, es “lógico” que los nazis hicieran leyes racistas, discriminatorias y segregacionistas, y que pretendieran expulsar (deportar) a toda esa gente que les sobraban en Alemania: judíos, gitanos, homosexuales, demócratas, izquierdistas… Una deportación que dadas las circunstancias conllevó cientos de miles de víctimas (sin contar con la humillación y el sufrimiento que una deportación implica de por sí) y que para ellos era un coste asumible.

 

Todo eso es su versión más light. Es la más hard nos encontramos con supremacismo, xenofobia, limpieza étnica e ideológica, y belicismo aderezados con culto a la violencia y violencia de hecho hacia todos los excluidos por su teoría: otros grupos étnicos, discapacitados, feministas, homosexuales, anarquistas, comunistas o meros demócratas. De aquí a los genocidios solo hay un paso. Que se diera de hecho o no, en mayor o menor grado, de forma planificada o más o menos espontánea… todo eso debe resolverlo la Historia como ciencia, pero a efectos de salud política y filosofía no es lo más relevante. Es esa esencia racista y antidemocrática la que hace deleznable al fascismo y lo convierte en la negación misma de la condición de posibilidad de los derechos humanos.

 


 

Los Derechos Humanos seguirían vigentes y tendrían sentido aunque no hubiera habido Holocausto porque pretenden que no haya ninguno, ni nada que se le parezca o se aproxime aunque sea remotamente. Siguen siendo la antítesis del fascismo porque niegan sus principios uno a uno: libertad individual, libertad de conciencia, igualdad, no discriminación, libertad de circulación y residencia, ciudadanía política y no racial, democracia, etc. Y además impiden que el fascismo pudiera derivar en deportación u Holocausto al prohibir la esclavitud, la detención arbitraria, el secuestro, el asesinato y la mera discriminación por razón de etnia, color de piel, sexo, orientación sexual, ideas políticas, etc.

 

El antifascismo no es solo oposición al Holocausto (o a la deportación racial), sino también a la ideología que le dio cobertura y razón de ser. Aunque no hubiera habido Holocausto, el nazismo seguiría siendo repulsivo por lo que hubiera sido incluso en la versión revisionista en la que esa pseudociencia lo quiere presentar.

 

Quien pretende un mundo en donde haya Derechos Humanos no puede ser menos que antifascista (aunque no quiera meterse más que eso en política). Oponerse a leyes racistas, segregacionistas y deportaciones en masa ya es antifascismo: el Holocausto tan solo eleva a la enésima potencia lo que ya de por sí era muy grave.

 

El antifascismo no es solo una cuestión histórica. No es solo un rechazo a toro pasado y anacrónico a algo que ocurrió hace varias décadas. Es algo tristemente actual cuando el fascismo sigue mostrándose tal cual, con otras caras o blanqueado de diversas formas. En Palestina, por ejemplo, y paradójicamente, siguen gritando: ¡Nazis nunca más!

 


 

Andrés Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y Antropología Social y Cultural. Profesor de Filosofía en un Instituto de Enseñanza Secundaria. Coautor del libro Profesor de Secundaria, y colaborador en la obra colectiva Elogio del Cientificismo junto a Mario Bunge et alAutor del libro Filosofia y Heavy Metal (Ed. Laetoli, 2021).




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