Playlist
del artículo para que puedas oírlo mientras lees: enlace.
La semana pasada hablábamos de rock
y fascismo y de la necesidad del Rock Contra el Fascismo, la
asociación impulsada por Óscar Sancho
(Lujuria),
Fernando
Madina (Reincidentes) y Mariano
Muniesa, entre otros muchos.
En el libro Filosofía
y Heavy Metal también hemos profundizado en esa relación entre
el rock y el fascismo. Tanto en el artículo como en el libro hemos intentado
explicar y caracterizar al fascismo y lo hemos definido como el “mal absoluto”.
El fascismo es el mal absoluto. Es un régimen de terror tal que
cualquier otro siempre será menos atroz en comparación. Ningún Estado anterior
había generado tanto horror en tan poco tiempo, ni habría podido hacerlo en la
misma magnitud que hubiera logrado el nazismo de consumarse su Solución Final
(…) Los nazis habían secuestrado, torturado, esclavizado y asesinado a millones
de personas, de forma sistemática e industrial, solo por su origen étnico, su
color de piel, su orientación sexual, su discapacidad o sus ideas políticas.
Judíos, gitanos, homosexuales, discapacitados, comunistas, anarquistas y
demócratas habían sido secuestrados, y conducidos en trenes como ganado, para
trabajar como esclavos y acabar en cámaras de gas. Todo eso en pleno siglo XX y
con toda la maquinaria del Estado y la tecnología para conseguirlo. Si los
nazis no pierden la guerra y los genocidios se hubieran consumado, millones de
personas hubieran “desaparecido” literal y “misteriosamente” puesto que la
Solución Final lo que buscaba era eso: borrar a los “subhumanos” de la faz de
la tierra para siempre y sin dejar ningún rastro.
Esta experiencia traumática para la humanidad llevó a la reflexión de
que algo así nunca jamás debía volver a repetirse. Por eso inmediatamente
después comienza a redactarse la Declaración
Universal de los Derechos Humanos (DUDH) que se aprueba en 1948. La DUDH es
una declaración antifascista punto por punto. Cada uno de sus artículos tiene
como subtexto alguna barbaridad de los nazis y su objetivo es impedir su
repetición. (…)
Dada la ecuación “DDHH = Antifascismo” no queda más remedio que optar. Si
hay Derechos Humanos es porque no hay fascismo, y si hay fascismo es que no hay
Derechos Humanos. Aquí se aplica otra noción filosófica, el tertium non datur: no hay tercera opción
(aquí no hay falsa disyuntiva). Por lo dicho antes: el fascismo no es una opción política más sino la negación de la
condición de posibilidad misma de que haya opciones políticas, esto es, la
negación de los Derechos Humanos.
Después de leído el texto me surge una reflexión.
Parece que todo está jugado a una sola carta: la Solución Final. El nazismo es
el mal absoluto porque intentó llevar a cabo el exterminio de millones de seres
humanos a través del genocidio de judíos (Holocausto, Shoá), gitanos (Porraimos),
homosexuales, y todos aquellos a quienes consideraba subhumanos de acuerdo a
sus teorías racistas y supremacistas arias. Además de a todos sus enemigos
políticos: comunistas, anarquistas, etc. Para hacerlo organizó todo un sistema
“industrial” de secuestro y traslado de millones de personas a campos de
exterminio donde eran torturados, esclavizados y asesinados en cámaras de gas.
La Declaración Universal de Derechos Humanos (DUDH)
se redactó sobre la base de las atrocidades nazis. Cada uno de sus derechos
prohíbe o impide algo que los nazis hicieron para evitar que pueda volver a
ocurrir. Un Estado que respetara los Derechos Humanos (DDHH) no podría ni
comenzar una Solución Final porque no podría secuestrar, esclavizar, matar,
etc., a ninguna persona. La DUDH no es un “cordón sanitario” contra el
fascismo: son 30 cordones sanitarios, uno por cada uno de los 30 artículos de
la DUDH.
Pero aquí puede aparecer una especie de “genio
maligno” como el de Descartes y plantear su maléfica duda: ¿y si no hubo
Solución Final? ¿Y si los nazis nunca se hubieran planteado algo así?
Esa es precisamente la hipótesis de una
pseudociencia que los historiadores de verdad denominan “revisionismo” y
“negacionismo”. Una especie de terraplanismo pero aplicado al estudio del
nazismo. Esta pseudociencia pretende revisar (de ahí su nombre) el consenso
científico en Historia acerca del nazismo negando (de aquí el otro nombre) uno
de sus puntos más fuertes: la Solución Final.
En lo que sigue, vamos a centrarnos sobre todo en
los judíos y el Holocausto, sin olvidar a todas las demás víctimas del nazismo.
Para los revisionistas, los nazis nunca tuvieron la
intención de exterminar a todos los judíos. En su revisión y reinterpretación
de la historia, los nazis tan solo querían deportarlos fuera de Alemania. Era
su peculiar forma de dar una solución definitiva (de ahí lo de “solución
final”) a la llamada “cuestión judía”: ¿qué hacer con los judíos diseminados
por los diferentes países de Europa? Al establecerse los Estados nacionales y
con ellos los derechos de ciudadanía, surge el problema de qué hacer con los
judíos. Los ciudadanos de cada Estado tienen derechos a cambio de su lealtad al
país, pero los judíos son más leales entre ellos que con el país que les acoge,
de ahí que sean los sospechosos habituales de traición. Por ejemplo: si Francia
entra en guerra con Inglaterra, y los judíos tienen intereses en Inglaterra,
los judíos de Francia colaborarían con los ingleses y serían el “enemigo en
casa”. De ahí el antisemitismo: la discriminación y persecución hacia los
judíos. Durante siglos, los judíos fueron perseguidos o expulsados, o tolerados
pero bajo un trato “especial” (discriminatorio) con leyes que les prohibían
comprar tierras o el acceso a determinados empleos (como el funcionariado) que
les pudieran dar cierto poder.
Una “solución” era el “asimilacionismo”: que los
judíos dejaran de ser judíos y adoptaran la cultura mayoritaria del país de
acogida (que se “integraran”). Por cultura se entendía entonces religión, lo
que suponía en Europa la conversión de los judíos al cristianismo y que dejaran
de lado sus costumbres, ritos y religión propiamente judías. Por ejemplo: que
comieran cerdo en vez de abominarlo, que celebraran la navidad en vez del Yom
Pikur, o que fueran a misa en vez de a la sinagoga. Muchos judíos se asimilaron
de ese modo: Marx y Freud fueron judíos asimilados (descendientes de judíos
pero que no seguían sus costumbres e incluso muy críticos con ellas, y también
con las cristianas, dicho sea de paso). Pero muchos otros se negaban. Nótese,
de paso, la similitud con lo que podríamos llamar la “cuestión gitana”: ese
pueblo también disperso, errante y vagabundo, de “vagos y maleantes” y tan
reacio a “integrarse” (cuyo genocidio por parte de los nazis se conoce como Porraimos).
Otras “soluciones” hacia los judíos eran la
exclusión, la segregación, el gueto o los pogromos. Algunos judíos (los
sionistas) habían pensado también la suya propia, influidos por el nacionalismo
de la época: instalarse en un territorio y crear un Estado propio donde
pudieran vivir como judíos dentro de sus fronteras y dejar de ser traidores potenciales
y siempre perseguidos en acto. Pensaron en varios emplazamientos para
finalmente decidirse por Palestina (su mítica tierra prometida). Allí fueron
realizando sucesivas oleadas (aliot),
comprando tierras y creando los cimientos de un futuro Estado. Hay que indicar
que, al principio, estos judíos nacionalistas eran más seculares que
religiosos, incluso socialistas, y son los creadores de las comunas llamadas kibutz.
Mientras eso ocurría lentamente, tiene lugar la
Segunda Guerra Mundial (SGM) y todo se acelera. Para los historiadores, los
nazis quisieron cortar por lo sano la “cuestión judía” con su propia solución,
la Solución Final: exterminarlos a todos en el mayor genocidio de la historia
(el Holocausto o Shoá). Para los
revisionistas no fue así: los nazis solo quisieron expulsarlos definitivamente
de Alemania deportándolos fuera de sus fronteras, casi que facilitándoles (o
forzándoles) a su propia solución del Estado judío. Los historiadores
contabilizan el Holocausto en unos 6 millones de víctimas, los revisionistas las
reducen a cientos de miles. Los historiadores hablan de una matanza planificada
y sistemática, los revisionistas de muertes debidas a las pésimas condiciones
de una deportación así en tiempos de guerra y sin suministros: falta de alimentos,
infecciones y otras enfermedades, e incluso reconocen algunas ejecuciones. Los
historiadores mencionan campos de exterminio
intencionalmente diseñados para el asesinato en masa, los revisionistas de
campos de concentración temporales
para la deportación y para sus prisioneros y enemigos.
Sea como sea, Alemania pierde la SGM (en 1945) e
inmediatamente después, en 1947, se proclama el Estado de Israel en Palestina. Es
de señalar que ese Estado no se concebía entonces como un Estado judío sino como
un Estado moderno, laico, donde los judíos pudieran vivir seguros pero sin
estar vinculado a la religión judía. Ese mismo año acababa el protectorado
británico sobre la zona con la condición, establecida un año antes en la ONU,
de que tras el dominio británico habría allí dos Estados: uno judío y otro
palestino, cada uno con sus fronteras bien definidas. Los propios judíos
sionistas habían acelerado todo el proceso justificándolo en el Holocausto. Los
judíos no podían soportar más persecuciones y la de los nazis era la última:
sin un Estado como refugio estaban expuestos a la desaparición literal tal y
como los nazis acaban de intentarlo.
Los negacionistas niegan (como indica su nombre) el
propio Holocausto a favor de las tesis revisionistas de la deportación masiva. Acusan
a los judíos de inflar exageradamente la cantidad de víctimas y de inventar la
“Solución Final”. Sería una excusa para justificar la creación inminente del
Estado de Israel y financiarlo a costa de las indemnizaciones alemanas a los
judíos que serían desproporcionadas por estar abultadas las cifras de muertos.
El caso es que, nada más instaurarse el Estado de Israel,
las relaciones con sus vecinos palestinos y árabes fueron tensas y sangrientas.
Los árabes no aceptaban la mera existencia del nuevo Estado y, por su lado,
Israel no respetó desde el principio las fronteras establecidas por la ONU y
fue ampliando su territorio a costa de Palestina. Desde entonces, Israel ha
ocupado las zonas más ricas y ha ido desplazando a los palestinos a las más
pobres, relegándolos a ciudadanos de segunda e impidiendo la creación de un
Estado palestino como tal. Además, el Estado de Israel se ha ido configurando
progresivamente más como un Estado judío que como el Estado laico que se creó
al principio, lo que ha llevado a políticas identitarias rayanas en el racismo
e incluso en el supremacismo y claramente discriminatorias hacia los no-judíos
(especialmente palestinos). No en vano se ha señalado que el Estado de Israel
viene a repetir con el pueblo palestino políticas muy parecidas a las de los
nazis con los judíos previas al Holocausto.
Como Descartes con su hipótesis del genio maligno,
vamos aquí a suponer que el revisionismo tuviera razón. Hay que hacer un gran
esfuerzo de imaginación para suponerlo, pero vamos a ello. En principio no
tengo nada en contra de revisar el Holocausto o lo que sea, siempre que se haga
desde criterios científicos y rigurosos y no con las conclusiones preestablecidas.
Como tampoco tengo nada en contra de revisar otras teorías científicas desde
hipótesis terraplanistas, de la Tierra Hueca o creacionistas (el problema de
esas hipótesis, como las del revisionismo y el negacionismo, es que no cumplen
estas condiciones de cientificidad).
Si no hubo Holocausto: ¿tendría sentido el
antifascismo? La respuesta es que sí. Aun aceptando que los nazis no hubieran
planificado una Solución Final, el régimen nazi sigue siendo aborrecible. Aunque
solo aceptemos lo que los revisionistas admiten, sigue siendo algo atroz. Si en
vez de 6 millones fueran 600 000 víctimas ¡siguen siendo muchas! Como si
fueran 60 000. Una deportación masiva de hombres, mujeres, niños, ancianos…
solo por su origen étnico ya es repudiable de por sí.
El nazismo es horrible por su propia esencia, independientemente de que
llevara a cabo un Holocausto o no. El nazismo se concibe a sí mismo como una
cosmovisión basada en el racismo (otra pseudociencia) que vincula razas con
culturas y territorios y exige pureza racial, propugnando la discriminación, la
segregación y la exclusión racial. Pretende “mejorar” la raza eliminando lo que
considera perversiones o deficiencias suyas (achacadas al mestizaje) y que derivan
en discapacidades, afeminamiento y homosexualidad. Y concibe la política de un
modo biologicista, orgánico y comunitario donde no hay lugar para los derechos
individuales, la libertad de conciencia ni la disidencia interna, sino donde
cada miembro del conjunto debe cumplir su misión propia dentro del mismo y la
bajo la dirección dictatorial del líder supremo. En este contexto, es “lógico”
que los nazis hicieran leyes racistas, discriminatorias y segregacionistas, y
que pretendieran expulsar (deportar) a toda esa gente que les sobraban en
Alemania: judíos, gitanos, homosexuales, demócratas, izquierdistas… Una
deportación que dadas las circunstancias conllevó cientos de miles de víctimas
(sin contar con la humillación y el sufrimiento que una deportación implica de
por sí) y que para ellos era un coste asumible.
Todo eso es su versión más light. Es la más hard nos
encontramos con supremacismo, xenofobia, limpieza étnica e ideológica, y belicismo
aderezados con culto a la violencia y violencia de hecho hacia todos los
excluidos por su teoría: otros grupos étnicos, discapacitados, feministas,
homosexuales, anarquistas, comunistas o meros demócratas. De aquí a los
genocidios solo hay un paso. Que se diera de hecho o no, en mayor o menor
grado, de forma planificada o más o menos espontánea… todo eso debe resolverlo
la Historia como ciencia, pero a efectos de salud política y filosofía no es lo
más relevante. Es esa esencia racista y
antidemocrática la que hace deleznable al fascismo y lo convierte en la
negación misma de la condición de posibilidad de los derechos humanos.
Los Derechos Humanos seguirían vigentes y tendrían
sentido aunque no hubiera habido Holocausto porque pretenden que no haya
ninguno, ni nada que se le parezca o se aproxime aunque sea remotamente. Siguen
siendo la antítesis del fascismo porque niegan sus principios uno a uno:
libertad individual, libertad de conciencia, igualdad, no discriminación,
libertad de circulación y residencia, ciudadanía política y no racial,
democracia, etc. Y además impiden que el fascismo pudiera derivar en deportación
u Holocausto al prohibir la esclavitud, la detención arbitraria, el secuestro,
el asesinato y la mera discriminación por razón de etnia, color de piel, sexo, orientación
sexual, ideas políticas, etc.
El antifascismo no es solo oposición al Holocausto
(o a la deportación racial), sino también a la ideología que le dio cobertura y
razón de ser. Aunque no hubiera habido Holocausto, el nazismo seguiría siendo
repulsivo por lo que hubiera sido incluso en la versión revisionista en la que
esa pseudociencia lo quiere presentar.
Quien pretende un mundo en donde haya Derechos
Humanos no puede ser menos que antifascista (aunque no quiera meterse más que
eso en política). Oponerse a leyes racistas, segregacionistas y deportaciones
en masa ya es antifascismo: el Holocausto tan solo eleva a la enésima potencia
lo que ya de por sí era muy grave.
El antifascismo no es solo una cuestión histórica.
No es solo un rechazo a toro pasado y anacrónico a algo que ocurrió hace varias
décadas. Es algo tristemente actual cuando el fascismo sigue mostrándose tal
cual, con otras caras o blanqueado de diversas formas. En Palestina, por
ejemplo, y paradójicamente, siguen gritando: ¡Nazis nunca más!
Andrés
Carmona Campo. Licenciado en
Filosofía y Antropología Social y Cultural. Profesor de Filosofía en un
Instituto de Enseñanza Secundaria. Coautor del libro Profesor
de Secundaria, y colaborador en la obra colectiva Elogio
del Cientificismo junto a Mario Bunge et al. Autor del libro Filosofia
y Heavy Metal (Ed. Laetoli, 2021).
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