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Rock contra el fascismo: ¿era necesario? (Andrés Carmona)

 


Playlist del artículo para que puedas oírlo mientras lees: enlace.

 

Otra forma de influencia del nacional-socialismo en el heavy metal y el rock duro, y mucho más extendida, es precisamente el antifascismo. Si bien es cierto que hay bandas de ideología neonazi, también es cierto que son muchísimas más las que lo rechazan. En general, como dijimos, el heavy metal es bastante apolítico, y su indiferencia y desprecio de la política incluye también al fascismo. Pero, además, los valores heavies de libertad, exceso, drogas, etc., son difícilmente compatibles con el fascismo. Por otra parte, el heavy metal tiene mucha influencia de la contracultura y sus valores pacifistas (como luego veremos) que son totalmente contrarios al belicismo y el culto nazi a la guerra y la violencia.

Los ideales racistas tampoco son bien vistos en el heavy metal, como tampoco ningún tipo de discriminación. (…) En este sentido, el heavy metal resulta en sí mismo incompatible con el nacional-socialismo, y que podamos decir que el heavy metal es antifascista en ese sentido. Lo que no quita que el heavy metal pueda buscar inspiración en el fascismo (como se inspira en la edad media o en la mitología) o incluso que haya subgéneros como el RAC o el NSBM que utilicen esta música como forma de transmisión de esa ideología.

Si el heavy metal es genéricamente antifascista, eso no quiere decir que los grupos sean antifascistas militantes o que abracen ideologías contrarias necesariamente. Aunque sí que las hay.

(Filosofía y Heavy Metal, pp. 204-5).

 

Hace muy poco se ha constituido y presentado en sociedad una asociación de Rock Contra el Fascismo. Impulsada por Óscar Sancho (Lujuria), Fernando Madina (Reincidentes) y Mariano Muniesa, por citar los más relevantes, ya ha logrado que unas 1300 bandas de rock firmen su Manifiesto, traducido a varias lenguas (entre ellas el árabe, el guaraní o el criollo haitiano).

 

En el libro Filosofía y Heavy Metal dedicamos un apartado a la relación entre el heavy metal (y el rock duro en general) con el fascismo. En la cita que abre el texto está resumida más o menos esa relación. Brevemente: el rock duro, en general, y el heavy metal en particular, en esencia son música, y no aspiran a mucho más: “It’s only rock and roll (but I like it)”, que dirían los Rolling Stones. Pero esa música no se da en el vacío. Surge en un contexto y se desarrolla y evoluciona en unas determinadas circunstancias que le añaden unos valores y un carácter específicos que se van a ir adhiriendo a esa esencia. Así, aunque el rock no deja de ser música, también va a expresar  esos valores y contenidos extramusicales. Valores y contenidos procedentes de la contracultura, el movimiento hippie y los llamados nuevos movimientos sociales (NMS): pacifismo, feminismo y ecología. Todos ellos de tintes libertarios e igualitaristas y, por supuesto, claramente antifascistas (opuestos a los valores y contenidos del fascismo: autoritarismo, belicismo, violencia, discriminación, supremacismo, etc.).

 

A partir de ahí, una parte del rock, como el punk, va a llegar a un compromiso político muy concreto con el anarquismo, o con la crítica social y política en sentido más radical, como el thrash o el hardcore. Otra parte, concretamente el heavy metal, no va a posicionarse de forma tan definida, pero sí va a mantener ese antifascismo genérico dadas sus características que, en el libro, hemos definido como epicúreas, románticas y libertarias (pero no anarquistas).

 


 

Curiosamente, una parte del rock duro sí va a instrumentalizarse como vía de expresión del fascismo: es el caso del RAC (Rock Against Communism) y, por influencia nietzscheana y satánica, del NSBM (National Socialist Black Metal). Si esto es posible es porque el rock no deja de ser música y como tal puede emplearse para varios fines. Pero sucede algo así como con los símbolos políticos. Desde sus inicios, el fascismo siempre ha intentado provocar imitando, usurpando o parodiando la simbología totalmente opuesta a él mismo. Los nazis pintan su bandera de rojo al modo de las comunistas, y los fascistas italianos se visten del color negro que era típico de la bandera anarquista. En España, los falangistas toman el color roji-negro de su bandera directamente de la del sindicato anarquista CNT. De la misma forma, el rock fascista no solo es minoritario y contrario a la tendencia generalizada del rock, sino que resulta una parodia del mismo. Una parodia que sería graciosa si solo tuviera tintes sarcásticos como cuando Los Ilegales cantaban “Hail Hitler” o Los Nikis “El Imperio contraataca”. El problema del RAC o el NSBM es que se toman en serio sus propias paridas.

 

Por eso hacía falta Rock Contra el Fascismo. Nótese que no es “Rock a favor de las guitarras eléctricas”, por ejemplo, porque ambas cosas van unidas. Pero el rock sí puede utilizarse para fines fascistas. Por eso hace falta dejar claro que, aunque posible, la mayoría lo detesta. Como es posible utilizar cuchillos para clavárselos al vecino, pero la mayoría los usa para comer y rechaza a quienes hacen lo otro.

 


 

Hay una pregunta que surge inmediatamente: pero ¿hay que mezclar música y política? En principio no, pero esa respuesta, así sin más, sería superficial. Volvamos al nombre: Rock Contra el Fascismo. No se trata de cualquier música, sino del Rock. Ahí me remito a lo dicho antes: no nace ni crece en el vacío sino con unas influencias y unos recorridos. Y no es Rock A Favor del Comunismo, o del Anarquismo. Es Contra el Fascismo. Es un movimiento de rechazo a algo muy concreto: el fascismo.

  

El fascismo es el mal absoluto. Es un régimen de terror tal que cualquier otro siempre será menos atroz en comparación. Ningún Estado anterior había generado tanto horror en tan poco tiempo, ni habría podido hacerlo en la misma magnitud que hubiera logrado el nazismo de consumarse su Solución Final.

 


Es bueno recordarlo porque, conforme pasa el tiempo, la distancia tiende a banalizar lo que fue aquello. Tras la Segunda Guerra Mundial (1945), cuando los aliados entran en Alemania y descubren los campos de exterminio, el mundo cambió para siempre. La humanidad tomó conciencia de las atrocidades de las que era capaz. Los nazis habían secuestrado, torturado, esclavizado y asesinado a millones de personas, de forma sistemática e industrial, solo por su origen étnico, su color de piel, su orientación sexual, su discapacidad o sus ideas políticas. Judíos, gitanos, homosexuales, discapacitados, comunistas, anarquistas y demócratas habían sido secuestrados, y conducidos en trenes como ganado, para trabajar como esclavos y acabar en cámaras de gas. Todo eso en pleno siglo XX y con toda la maquinaria del Estado y la tecnología para conseguirlo. Si los nazis no pierden la guerra y los genocidios se hubieran consumado, millones de personas hubieran “desaparecido” literal y “misteriosamente” puesto que la Solución Final lo que buscaba era eso: borrar a los “subhumanos” de la faz de la tierra para siempre y sin dejar ningún rastro.

 


 

Esta experiencia traumática para la humanidad llevó a la reflexión de que algo así nunca jamás debía volver a repetirse. Por eso inmediatamente después comienza a redactarse la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH) que se aprueba en 1948. La DUDH es una declaración antifascista punto por punto. Cada uno de sus artículos tiene como subtexto alguna barbaridad de los nazis y su objetivo es impedir su repetición: el derecho a la vida, a la libertad, a la seguridad, a no ser esclavo, la prohibición de la tortura, a la no discriminación, a no ser detenido arbitrariamente, a la propiedad, al salario justo, a la democracia… Leída al revés, la DUDH describe todas y cada una de las atrocidades que cometía el nazismo: mataba gente, la secuestraba, la esclavizaba, la torturaba, le robaba, la discriminaba, era un Estado totalitario…

 


 

Es imposible defender los Derechos Humanos (DDHH) y no ser antifascista, por definición de lo que es cada cosa. Los DDHH son condición de posibilidad también del rock. Sin DDHH, con fascismo, no habría rock. No habría rock porque los fascistas habrían borrado de la faz de la tierra a todos los rockeros judíos, homosexuales, de izquierdas… Rob Halfold, por ejemplo, estaría en una cámara de gas y después en una fosa común, solo por su orientación sexual, como tantos otros homosexuales en la Alemania de los años 40. No habría rock porque los campos de exterminio no darían abasto masacrando a rockeros que expresan los valores antifascistas en su música cuando hablan de libertad, igualdad, no discriminación, etc. Tan solo quedaría, si acaso, el rock parodia (el fascista).

 


 

Afortunadamente, el rock paródico es muy minoritario. Pero hay otra forma de fascismo más sutil: el que blanquea al fascismo puro y duro. El que, para no condenar al fascismo, dice que el rock solo es música (así, en el vacío). El de quien dice que no quiere mezclar música y política. Lo que es legítimo con excepción del fascismo. El fascismo no es una mera opinión, gusto, estética o teoría: el fascismo es el mal absoluto. Presentarlo blanqueado, como otra cosa, es banalizar el mal, es como decir: “No fue para tanto, ¿quién no ha matado alguna vez a 6 millones de judíos sin darse cuenta?”. Sería una falacia (de falsa disyuntiva) la que obligara a elegir entre rock o ateísmo, rock o liberalismo, rock o lentejas: se puede ser rockero y ateo, o rockero y creyente, rockero y liberal o rockero y no liberal, rockero y que te gusten las lentejas o que no te gusten. Pero no se puede ser rockero y fascista (salvo en versión paródica) por lo ya dicho: el fascismo, de triunfar, metería al rock en las cámaras de gas.

 


 

La forma más cínica de blanquear el fascismo es la que apela a los DDHH ¡para defender al fascismo!: “Los nazis tienen derecho a ser nazis como tú a ser demócrata”. Cuidado: un nazi tiene derechos humanos en tanto que humano, pero no en tanto que nazi (como un violador tiene derechos en tanto que humano pero no en tanto que violador). Los DDHH impiden que a un nazi le tratemos como ellos tratan a los demás ¡o incluso entre ellos!: como esos nazis alemanes que se pegaron con nazis colombianos a los que veían demasiado oscuros de piel. El art. 30 de la DUDH deja claro que ninguno de sus artículos puede utilizarse para justificar la violación de cualquier otro derecho humano. Pero eso no quiere decir que no se pueda (es más, se debe) hacer lo necesario contra el fascismo (o sea, contra la negación de los DDHH) respetando al mismo tiempo los propios DDHH. Igual que la policía debe detener a un violador pero respetando sus derechos humanos (sin tortura, con habeas corpus, etc.) y no de cualquier manera. 

En filosofía hablamos de “contradicción performativa”: es la que se da cuando alguien dice algo como “Ahora mismo estoy callado”. El mero hecho de decirlo contradice lo que se expresa. Dada la ecuación “DDHH = Antifascismo” no queda más remedio que optar. Si hay Derechos Humanos es porque no hay fascismo, y si hay fascismo es que no hay Derechos Humanos. Aquí se aplica otra noción filosófica, el tertium non datur: no hay tercera opción (aquí no hay falsa disyuntiva). Por lo dicho antes: el fascismo no es una opción política más sino la negación de la condición de posibilidad misma de que haya opciones políticas, esto es, la negación de los Derechos Humanos. Se puede hacer música (y cualquier otra cosa) y pasar de la política, no señalarse y ser indiferente a las peleas entre izquierdas-derechas, conservadores-progresistas, liberales-socialistas… Pero no se puede ser indiferente al fascismo porque el fascismo es la negación de los DDHH: elimina la mismísima posibilidad de pasar de la política y hacer lo que te dé la gana porque elimina tus derechos más básicos. Millones de inocentes, indiferentes al principio ante el nazismo, murieron en los campos de exterminio por su etnia o su orientación sexual sin entender por qué, si ellos “no habían hecho nada”, y otros tantos no volvieron a dormir de remordimiento pensando en que aquellos habían sufrido lo indecible porque ellos tampoco hicieron nada.

 


 

El rock fascista no deja de ser una figura de los “infiltrados” que denunciara Bruque en su himno “El Heavy no es violencia” y que Óscar Sancho ha definido en sus redes y en su libro como los “Metal Vox”. Es una quinta columna cuyo acento no está en el rock sino en el fascismo, y el fascismo es la muerte del rock. No es que el rock se meta donde no le llaman: es que si no se mete ahí se vuelve irresponsable y cómplice (voluntario o involuntario) del fascismo. Y quien blanquea el fascismo, si lo hace desde el rock, no hace sino cavar su propia tumba y la de otros (ya sea por ingenuidad o por mala fe).

 


 

El Rock Contra el Fascismo es necesario porque la defensa de los Derechos Humanos requiere recordar que se escribieron contra el nazismo. Pero el nazismo no se presentó así tal cual en sociedad: lo hizo blanqueado, con caretas, sutilmente, colándose poco a poco, en forma de prejuicios, murmullos y comentarios ofensivos hacia judíos, gitanos, homosexuales…, hasta que ya fue tarde y mostró su verdadero rostro. Actualmente vemos cómo el tufillo fascista vuelve a oler cada vez más apestosamente en el discurso del odio contra menas, moros, panchitos, feminazis, los de la paguita, progres, maricones, etc. Y si no hacemos algo puede que también sea demasiado tarde. Por eso: ¡nazis nunca más!

 


 

Andrés Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y Antropología Social y Cultural. Profesor de Filosofía en un Instituto de Enseñanza Secundaria. Coautor del libro Profesor de Secundaria, y colaborador en la obra colectiva Elogio del Cientificismo junto a Mario Bunge et alAutor del libro Filosofia y Heavy Metal (Ed. Laetoli, 2021).





Comentarios

  1. Añadir un comentario a la realidad evidente expuesta aquí sería añadir una gota de arena sobre un mar de verdades.
    Si permitimos que ese fascismo entre en el mundo del rock, se dejará de escuchar esas canciones preciosas que nos enseñaban a amar la libertad y a defender a aquellos más débiles de la sociedad.
    Gracias por estas palabras que definen lo que siempre creí y pensé.

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