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Otra
forma de influencia del nacional-socialismo en el heavy metal y el rock
duro, y mucho más extendida, es precisamente el antifascismo. Si bien es cierto
que hay bandas de ideología neonazi,
también es cierto que son muchísimas más las que lo rechazan. En general, como
dijimos, el heavy metal es bastante
apolítico, y su indiferencia y desprecio de la política incluye también al
fascismo. Pero, además, los valores heavies
de libertad, exceso, drogas, etc., son difícilmente compatibles con el
fascismo. Por otra parte, el heavy metal
tiene mucha influencia de la contracultura y sus valores pacifistas (como luego
veremos) que son totalmente contrarios al belicismo y el culto nazi a la guerra y la violencia.
Los
ideales racistas tampoco son bien vistos en el heavy metal, como tampoco ningún tipo de discriminación. (…) En
este sentido, el heavy metal resulta
en sí mismo incompatible con el nacional-socialismo, y que podamos decir que el
heavy metal es antifascista en ese
sentido. Lo que no quita que el heavy
metal pueda buscar inspiración en el fascismo (como se inspira en la edad
media o en la mitología) o incluso que haya subgéneros como el RAC o el NSBM que utilicen esta música como forma de transmisión de esa
ideología.
Si
el heavy metal es genéricamente
antifascista, eso no quiere decir que los grupos sean antifascistas militantes
o que abracen ideologías contrarias necesariamente. Aunque sí que las hay.
(Filosofía
y Heavy Metal, pp. 204-5).
Hace muy poco se ha constituido y presentado
en sociedad una asociación de Rock Contra el
Fascismo. Impulsada por Óscar Sancho
(Lujuria),
Fernando
Madina (Reincidentes) y Mariano
Muniesa, por citar los más relevantes, ya ha logrado que unas 1300
bandas de rock firmen su Manifiesto,
traducido a varias lenguas (entre ellas el árabe, el guaraní o el criollo
haitiano).
En el libro Filosofía
y Heavy Metal dedicamos un apartado a la relación entre el heavy
metal (y el rock duro en general) con el fascismo. En la cita que abre el texto
está resumida más o menos esa relación. Brevemente: el rock duro, en general, y
el heavy metal en particular, en esencia son música, y no aspiran a mucho más:
“It’s only rock and roll (but I like it)”, que dirían los Rolling Stones. Pero
esa música no se da en el vacío. Surge en un contexto y se desarrolla y
evoluciona en unas determinadas circunstancias que le añaden unos valores y un
carácter específicos que se van a ir adhiriendo a esa esencia. Así, aunque el
rock no deja de ser música, también va a expresar esos valores y contenidos extramusicales.
Valores y contenidos procedentes de la contracultura, el movimiento hippie y
los llamados nuevos movimientos sociales (NMS): pacifismo, feminismo y
ecología. Todos ellos de tintes libertarios e igualitaristas y, por supuesto,
claramente antifascistas (opuestos a los valores y contenidos del fascismo:
autoritarismo, belicismo, violencia, discriminación, supremacismo, etc.).
A partir de ahí, una parte del rock, como el punk,
va a llegar a un compromiso político muy concreto con el anarquismo, o con la
crítica social y política en sentido más radical, como el thrash o el hardcore.
Otra parte, concretamente el heavy metal, no va a posicionarse de forma tan
definida, pero sí va a mantener ese antifascismo genérico dadas sus
características que, en el libro, hemos definido como epicúreas, románticas y
libertarias (pero no anarquistas).
Curiosamente, una parte del rock duro sí va a
instrumentalizarse como vía de expresión del fascismo: es el caso del RAC (Rock
Against Communism) y, por influencia nietzscheana y satánica, del NSBM
(National Socialist Black Metal). Si esto es posible es porque el rock no deja
de ser música y como tal puede emplearse para varios fines. Pero sucede algo
así como con los símbolos políticos. Desde sus inicios, el fascismo siempre ha
intentado provocar imitando, usurpando o parodiando la simbología totalmente
opuesta a él mismo. Los nazis pintan su bandera de rojo al modo de las
comunistas, y los fascistas italianos se visten del color negro que era típico
de la bandera anarquista. En España, los falangistas toman el color roji-negro
de su bandera directamente de la del sindicato anarquista CNT. De la misma
forma, el rock fascista no solo es minoritario y contrario a la tendencia
generalizada del rock, sino que resulta una parodia del mismo. Una parodia que
sería graciosa si solo tuviera tintes sarcásticos como cuando Los Ilegales
cantaban “Hail Hitler” o Los Nikis “El Imperio contraataca”. El problema del
RAC o el NSBM es que se toman en serio sus propias paridas.
Por eso hacía falta Rock Contra el Fascismo. Nótese
que no es “Rock a favor de las guitarras eléctricas”, por ejemplo, porque ambas
cosas van unidas. Pero el rock sí puede utilizarse para fines fascistas. Por
eso hace falta dejar claro que, aunque posible, la mayoría lo detesta. Como es
posible utilizar cuchillos para clavárselos al vecino, pero la mayoría los usa
para comer y rechaza a quienes hacen lo otro.
Hay una pregunta que surge inmediatamente: pero
¿hay que mezclar música y política? En principio no, pero esa respuesta, así
sin más, sería superficial. Volvamos al nombre: Rock Contra el Fascismo. No se
trata de cualquier música, sino del Rock. Ahí me remito a lo dicho antes: no nace
ni crece en el vacío sino con unas influencias y unos recorridos. Y no es Rock
A Favor del Comunismo, o del Anarquismo. Es Contra el Fascismo. Es un
movimiento de rechazo a algo muy concreto: el fascismo.
El fascismo es el mal absoluto. Es un régimen de
terror tal que cualquier otro siempre será menos atroz en comparación. Ningún
Estado anterior había generado tanto horror en tan poco tiempo, ni habría
podido hacerlo en la misma magnitud que hubiera logrado el nazismo de
consumarse su Solución Final.
Es bueno recordarlo porque, conforme pasa el
tiempo, la distancia tiende a banalizar lo que fue aquello. Tras la Segunda
Guerra Mundial (1945), cuando los aliados entran en Alemania y descubren los
campos de exterminio, el mundo cambió para siempre. La humanidad tomó
conciencia de las atrocidades de las que era capaz. Los nazis habían
secuestrado, torturado, esclavizado y asesinado a millones de personas, de
forma sistemática e industrial, solo por su origen étnico, su color de piel, su
orientación sexual, su discapacidad o sus ideas políticas. Judíos, gitanos,
homosexuales, discapacitados, comunistas, anarquistas y demócratas habían sido
secuestrados, y conducidos en trenes como ganado, para trabajar como esclavos y
acabar en cámaras de gas. Todo eso en pleno siglo XX y con toda la maquinaria
del Estado y la tecnología para conseguirlo. Si los nazis no pierden la guerra
y los genocidios se hubieran consumado, millones de personas hubieran “desaparecido”
literal y “misteriosamente” puesto que la Solución Final lo que buscaba era
eso: borrar a los “subhumanos” de la faz de la tierra para siempre y sin dejar
ningún rastro.
Esta experiencia traumática para la humanidad llevó
a la reflexión de que algo así nunca jamás debía volver a repetirse. Por eso
inmediatamente después comienza a redactarse la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH) que se aprueba
en 1948. La DUDH es una declaración antifascista punto por punto. Cada uno de
sus artículos tiene como subtexto alguna barbaridad de los nazis y su objetivo
es impedir su repetición: el derecho a la vida, a la libertad, a la seguridad,
a no ser esclavo, la prohibición de la tortura, a la no discriminación, a no
ser detenido arbitrariamente, a la propiedad, al salario justo, a la
democracia… Leída al revés, la DUDH describe todas y cada una de las
atrocidades que cometía el nazismo: mataba gente, la secuestraba, la esclavizaba,
la torturaba, le robaba, la discriminaba, era un Estado totalitario…
Es imposible defender los Derechos Humanos (DDHH) y
no ser antifascista, por definición de lo que es cada cosa. Los DDHH son
condición de posibilidad también del rock. Sin DDHH, con fascismo, no habría
rock. No habría rock porque los fascistas habrían borrado de la faz de la
tierra a todos los rockeros judíos, homosexuales, de izquierdas… Rob Halfold,
por ejemplo, estaría en una cámara de gas y después en una fosa común, solo por
su orientación sexual, como tantos otros homosexuales en la Alemania de los
años 40. No habría rock porque los campos de exterminio no darían abasto
masacrando a rockeros que expresan los valores antifascistas en su música
cuando hablan de libertad, igualdad, no discriminación, etc. Tan solo quedaría,
si acaso, el rock parodia (el fascista).
Afortunadamente, el rock paródico es muy
minoritario. Pero hay otra forma de fascismo más sutil: el que blanquea al
fascismo puro y duro. El que, para no condenar al fascismo, dice que el rock
solo es música (así, en el vacío). El de quien dice que no quiere mezclar
música y política. Lo que es legítimo con excepción del fascismo. El fascismo
no es una mera opinión, gusto, estética o teoría: el fascismo es el mal
absoluto. Presentarlo blanqueado, como otra cosa, es banalizar el mal, es como
decir: “No fue para tanto, ¿quién no ha matado alguna vez a 6 millones de
judíos sin darse cuenta?”. Sería una falacia (de falsa disyuntiva) la que
obligara a elegir entre rock o ateísmo, rock o liberalismo, rock o lentejas: se
puede ser rockero y ateo, o rockero y creyente, rockero y liberal o rockero y
no liberal, rockero y que te gusten las lentejas o que no te gusten. Pero no se
puede ser rockero y fascista (salvo en versión paródica) por lo ya dicho: el
fascismo, de triunfar, metería al rock en las cámaras de gas.
La forma más cínica de blanquear el fascismo es la
que apela a los DDHH ¡para defender al fascismo!: “Los nazis tienen derecho a
ser nazis como tú a ser demócrata”. Cuidado: un nazi tiene derechos humanos en
tanto que humano, pero no en tanto que nazi (como un violador tiene derechos en
tanto que humano pero no en tanto que violador). Los DDHH impiden que a un nazi
le tratemos como ellos tratan a los demás ¡o incluso entre ellos!: como esos nazis
alemanes que se pegaron con nazis colombianos a los que veían demasiado
oscuros de piel. El art.
30 de la DUDH deja claro que ninguno de sus artículos puede utilizarse para
justificar la violación de cualquier otro derecho humano. Pero eso no quiere
decir que no se pueda (es más, se debe) hacer lo necesario contra el fascismo
(o sea, contra la negación de los DDHH) respetando al mismo tiempo los propios
DDHH. Igual que la policía debe detener a un violador pero respetando sus
derechos humanos (sin tortura, con habeas
corpus, etc.) y no de cualquier manera.
En filosofía hablamos de “contradicción performativa”: es la que se da cuando alguien dice algo como
“Ahora mismo estoy callado”. El mero hecho de decirlo contradice lo que se
expresa. Dada la ecuación “DDHH = Antifascismo” no queda más remedio que optar.
Si hay Derechos Humanos es porque no hay fascismo, y si hay fascismo es que no
hay Derechos Humanos. Aquí se aplica otra noción filosófica, el tertium non datur: no hay tercera opción
(aquí no hay falsa disyuntiva). Por lo dicho antes: el fascismo no es una opción política más sino la negación de la
condición de posibilidad misma de que haya opciones políticas, esto es, la
negación de los Derechos Humanos. Se puede hacer música (y cualquier otra cosa)
y pasar de la política, no señalarse y ser indiferente a las peleas entre
izquierdas-derechas, conservadores-progresistas, liberales-socialistas… Pero no
se puede ser indiferente al fascismo porque el fascismo es la negación de los
DDHH: elimina la mismísima posibilidad de pasar de la política y hacer lo que
te dé la gana porque elimina tus derechos más básicos. Millones de inocentes, indiferentes
al principio ante el nazismo, murieron en los campos de exterminio por su etnia
o su orientación sexual sin entender por qué, si ellos “no habían hecho nada”, y
otros tantos no volvieron a dormir de remordimiento pensando en que aquellos habían
sufrido lo indecible porque ellos tampoco hicieron nada.
El rock fascista no deja de ser una figura de los
“infiltrados” que denunciara Bruque en su himno “El Heavy no es violencia” y
que Óscar Sancho ha definido en sus redes y en
su libro como los “Metal Vox”. Es una quinta columna cuyo acento no
está en el rock sino en el fascismo, y el fascismo es la muerte del rock. No es que el rock se meta donde no le llaman: es que si no se mete ahí se vuelve irresponsable y cómplice (voluntario o involuntario) del fascismo. Y
quien blanquea el fascismo, si lo hace desde el rock, no hace sino cavar su
propia tumba y la de otros (ya sea por ingenuidad o por mala fe).
El Rock Contra el Fascismo es necesario porque la
defensa de los Derechos Humanos requiere recordar que se escribieron contra el
nazismo. Pero el nazismo no se presentó así tal cual en sociedad: lo hizo
blanqueado, con caretas, sutilmente, colándose poco a poco, en forma de
prejuicios, murmullos y comentarios ofensivos hacia judíos, gitanos,
homosexuales…, hasta que ya fue tarde y mostró su verdadero rostro. Actualmente
vemos cómo el tufillo fascista vuelve a oler cada vez más apestosamente en el
discurso del odio contra menas, moros, panchitos, feminazis, los de la paguita,
progres, maricones, etc. Y si no hacemos algo puede que también sea demasiado
tarde. Por eso: ¡nazis nunca más!
Andrés
Carmona Campo. Licenciado
en Filosofía y Antropología Social y Cultural. Profesor de Filosofía en un
Instituto de Enseñanza Secundaria. Coautor del libro Profesor
de Secundaria, y colaborador en la obra colectiva Elogio
del Cientificismo junto a Mario Bunge et al. Autor del libro Filosofia
y Heavy Metal (Ed. Laetoli, 2021).
Añadir un comentario a la realidad evidente expuesta aquí sería añadir una gota de arena sobre un mar de verdades.
ResponderEliminarSi permitimos que ese fascismo entre en el mundo del rock, se dejará de escuchar esas canciones preciosas que nos enseñaban a amar la libertad y a defender a aquellos más débiles de la sociedad.
Gracias por estas palabras que definen lo que siempre creí y pensé.